Publicado en Córdoba Habla
Las raíces son celosas. Nublan la vista. Echan nubes sobre los párpados y como la maldición del mejor amante, nos condenan a la comparación. Nada se puede hacer para armarse contra la nostalgia ni para prepararse para lo que se va extrañar, porque no hay forma de saberlo de antemano. Ni el que tiene las mejores razones del mundo para irse, sea enojo, rencor o posibilidades, está inmunizado. A los dos o tres meses de llegar te despertás una mañana y sentís como quien sube una escalera y espera encontrar un escalón más de los que hay. Así. Y todo lo que te regodeaste los meses previos con que mirá cómo me adapto de rápido, te vuelve como un boomerang. Los reniegos de antes motivan hoy lo que añoras y se hacen visibles obviedades que en la ceguera de lo cotidiano no se perciben. Así que te encontrás extrañando el caos, la urgencia, lo repentino. Leyendo solo autores cordobeses, libros cordobeses, diarios cordobeses, buscando la cercanía que solo da lo criticable. La paz llega cuando entendés que el país nos hace, como un padre, por diferencia o semejanza y que haber nacido en un país incómodo, activo, inestable te llena de herramientas y estrategias para moverte más allá del caos patrio.
Ahí entendés que el hueco vacío entre el suelo y tu pecho es la patria que se extraña. Y que, como dice mi amigo E., lo importante es disfrutar donde sea que uno esté.
Yo encontré la belleza de Córdoba, a 10.000 km de Córdoba.
Ahí entendés que el hueco vacío entre el suelo y tu pecho es la patria que se extraña. Y que, como dice mi amigo E., lo importante es disfrutar donde sea que uno esté.
Yo encontré la belleza de Córdoba, a 10.000 km de Córdoba.
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