Decidida a recuperar lo ganado, llamo al muchacho. Después de todo, haber caído en cada una de las trampas clásicas de seducción no es algo que voy a dejar pasar así, sin pena ni gloria.
Está ofendido. Su voz es una cortina de acero que protege su orgullo malherido, pero logro convencerlo para que nos veamos. Lo se. Soy mucho más persuasiva en persona.
- Perdonáme. Disculpáme. Dale, che- Qué vil. Se lo digo en argentino magro. Irresistible.- Es que la otra noche me sorprendiste, no se. Tenés que entender que allá usamos esas palabras para vacilar. Como cachondeo, sabes. –Términos canarios para hacerme entender.
Le agarro la rodilla y aprieto progresivamente mientras le digo:
- Y si, me encantó tu p… po… polla.
Se hace hacia atrás en un gesto rígido que me hace entender que aun esta ofendido.
- ¡Perdón! ¡No es tu pija es que me cuesta usar esa palabra en serio! Perdonáme. Dale, che.
- A ver. ¿cómo le dicen al coño en tu país?
- Concha.
- Ay, Dió. Como mi abuela.
- Bueno. Así, cuando me enfade contigo te puedo mandar a la concha de tu abuela.
No lo entiende. Por suerte. Primero tengo que remontarle el orgullo y que asocie mi concha con su abuela no ayuda.
- Di Polla hasta que ya no te de risa. Venga. Dilo- me reta.
Su tono es desafiante así que tomo aire, enderezco el cuerpo y me acomodo mirándolo de frente, preparada para afrontar la seriedad del asunto.
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A la tercera vez de decirlo dejo de reírme a carcajadas. A la quinta ya no sonrío y para la séptima ya estoy caliente y él lo sabe. Ganó el reto y me tiene otra vez en su sofá.
Esta vez no apagamos las luces.
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