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CINE DE COREA DEL SUR: LA SOCIEDAD DESBORDADA



¿Por qué nos gusta el cine asiático?

Porque nos reencontramos con la inocencia y el desconocimiento que quedan cuando no se comparten las bases culturales que nos permiten completar el sentido de una obra; Porque para los amantes del cine que ven todo lo que llega a sus manos y que cada vez se les hace más difícil disfrutar de una película como si no supieran nada de ella; que echan de menos la virginidad con la que podían enfrentarse a un clásico y disfrutarlo, resulta muy conmovedora la experiencia de quedar sólos frente a una obra, descubriendo las diferencia y disfrutando de cada plano como de una revelación, teniendo poca o insignificante información, sobretodo de cineastas desconocidos o primerizos.
Por supuesto, existe el riesgo del efecto kimono, ese que dicta que admiremos todo lo que viene de tierras asiáticas y su contrapartida, igual de peligrosa. Sin embargo hay un tipo de cinema, en el extremo oriente, más cercano a nuestros codigos sociales. Una escuela cinematografica que se situa en un punto intermedio entre la disponibilidad y la clausura: el cine surcoreano.
Su historia ligada, primero al imperio chino, después a la dictadura de Japón y posteriormente (durante la guerra fria) al colonialismo norteamericano, da como resultado películas que nos son culturalmente más accesibles y cercanas que, por ejemplo, algunas producciones japonesas, tan crípticas como misteriosa nos resulta su lengua. Este contacto colonial con el occidentalismo ha hecho de su cine, sobretodo, una industria con identidad propia y con modos de hacer mixtos entre lo asiático y lo occidental, contaminación de ida y vuelta que Occidente ha evidenciado, por ejemplo, en el uso de las artes marciales.
Son de Corea del Sur los admirados directores que triunfan año tras año en Cannes, como Lee Chang-dong que presentó Poetry en esta última edición y Hong Sang-soo (llamado el nuevo Bresson y recomendado por Martin Scorserse); Es de estas costas Park Chan-wook, autor de cabecera de Tarantino y Bong Jon-hoo, creativo director de The Host o Memories of Murder.
Para desgranar las virtudes del nuevo cine surcoreano, hablaremos por lo tanto de tres directores contemporáneos clave: Hong sang- so, Bong Joon-ho y Lee Chang-dong.


HONG SANG-SOO: EL AUTOR ESCURRIDIZO.


Una de los temas recurrentes del cine de Corea del Sur es la disfuncionalidad de las relaciones, las instituciones (la policía, la justicia), de la sociedad en su conjunto, temas que no le son ajenos a este director pero que, sin embargo, presenta desde un costado distinto.

Sus protagonistas son el resultado de esta sociedad desbordada y disfuncional pero que gozan de cierta comodidad económica. Son treintañeros, desorientados y sin rumbo que sólo parecen servir para el arte. Sus personajes son directores de cine, guionistas, escritores en una clara parodia al mundo cinemagráfico y a las personas que confluyen en él.
Sabemos por las entrevistas que ha dado, que su método de trabajo es a base de la improvisación; que cada cinta es lo que es porque actúan en ella determinados actores y no otros, y porque esos actores tuvieron cierto feeling con el escenario natural. En definitiva, que todo podría haber sido diferente; Que fue después de ver la obra de Robert Bresson que decidió hacer películas narrativas. Sabemos también que filma las escenas en el orden en el que aparecerán en la cinta para lograr una sensación de naturalidad e hilo conductor entre los actores y las situaciones interpretadas; que la utilización de recursos cinematográficos como el zoom, el plano- contraplano o determinados movimientos de cámara es también instintivo pero intuimos, asimismo, que de haber otras razones, HSS no las explicitaría en una entrevista.
Lo que conocemos por ver sus películas es que su filmografía bien podría ser leída como un gran y único film contado de diferente maneras y que son reiterativas no sólo las historias sino los recursos que utiliza hasta el límite.
Sin embargo, de estos detalles se desprende la certeza de que HSS no tiene una sola lectura posible y que su escurridiza lógica, aunque reiterativa y omnipresente, se resiste al mero análisis y nos deja descubiertos a nuestra propia impaciencia, frustrado al enfrentarnos con el intersticio de lo inasequible, lo indescifrable de sus zooms, sus planos-contraplanos, sus bucles argumentativos, recursos clave en su obra pero utilizados cada vez con un nuevo sentido.
Frente a esto se desprende la incógnita de si estamos frente a un autor críptico, plagado de enigmas escondidos en una forma simple que engendra un significado final o si es precisamente la forma reiterativa, estática y rígida lo que da libertad de interpretación a un espectador dispuesto a profundizar o no.
En el caso de este autor, no tiene sentido mencionar cada una de sus 12 películas ya que la experiencia vale la pena si se ve más de una para, así, comparar y rendirse o no, antes su particulares elecciones.


BONG JOON-HO Y LA HIBRIDACIÓN DE LOS GÉNEROS



La ópera prima de Bong Joon-hoo, Barking dogs never bite (2000) es el botón que muestra el futuro, cómo serían, sobre qué versarían, lo que venía a hacer, decidido, este director. Contiene la violencia implícita, la denuncia a los intereses personales, los toques puramente cinematográficos que son hoy su marca registrada. Basta con advertirle "hay cosas que no se hacen", como matar al perro del vecino; "Hay cosas que no se pueden hacer", como suplantar a una hija que ha muerto o "hay cosas que no deberían hacerse", como asesinar para proteger a un hijo de una condena segura, para que ponga el ojo y lo filme. Lo que hace de este director uno de los grandes es su dominio del ritmo cinematográfico y de la importancia de la calidad de la escena: grandes producciones, completas pero no cargadas, se fijan en la retina y en los gustos por largo tiempo. Así como la llamativa profundidad de los personajes y las actuaciones sin resquemores ni barreras, elementos fundamentales a la hora de generar una fuerte empatía entre espectador y actor, una de las piedras angulares del éxito de este cine en occidente.
Recordemos si no Memories of Murder (2003) , esa crónica a destiempo de asesinatos en serie, tan hermosa y clásica. O su tercer largometraje, The Host (2006), esa compleja y equilibrada obra que baila entre los géneros con la naturalidad del que sabe exactamente cómo hacer lo que quiere.
Después llegó Tokyo!, un reconocimiento internacional de su valor como autor singular. Una película sobre la ciudad, dividida en tres capítulos y tres directores: Boon Joon-ho, Leos carax y Michel Gondry.
Finalmente, Mother (2009), que condensa deslumbrantes actuaciones, banda sonora impecablemente integrada a la obra, (tanto que es un personaje más) y un acabado precioso, elementos todos que hacen de esta, su película más completa.

LEE CHANG-DONG: EL REALISMO CRUDO



En sus primeras películas (Green Fish- 1997, Peppermint candy- 1999 y Oasis- 2002) ya se atrevía a meter mano en lo que significan los grandes tabués de la sociedad coreana, como el suicidio o las relaciones sexuales con discapacitados. Cachetazos de realidad sin música ni belleza, más allá de la que pueda encontrarse en la misma situación. En Oasis desprende una humilde belleza la sombra del árbol que baila en el exterior y que recuerda a la protagonista, una severa discapacitada física, que está encerrada en un cuerpo que no le permite ir más allá de un piso vacío.
En Secret Sunshine (2007), película que presentó internacionalmente y que ganó, entre otros, el galardón a mejor actriz en Cannes, presta más atención a la fotografía (descuidada a propósito en las anteriores) y va condensando los elementos crudos con la belleza que sólo el cine puede generar.

Decimos desbordado y entendemos salirse de los límites, desafiar lo impuesto por rebeldía o como única opción. Ir más allá como si no hubiera más acá. Dejar la energía y el cuerpo en cada plano, sin entender otra forma de hacer las cosas. Porque hacer cine es ser cine, y forzar los extremos, desbocarse, el único modo de curar.



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