El Festival Internacional de Jeonju (JIFF) es uno de los más importantes de Corea y Asia debido a su definida inclinación hacia las producciones independientes tanto de largo, medio como cortometrajes. Asimismo, su estrecha relación con otros festivales del mundo ha permitido que los principales proyectos que financia y promociona el JIFF (Short! Short! Short! y el Jeonju Digital Project) sean proyectados alrededor del mundo (en España, por ejemplo, tuvimos la posibilidad de verlos en el extinguido Barcelona Asian Film Festival y recientemente en el Festival de Cinema D’Autor).
El Jeonju Digital Project se realiza desde la primera edición del Festival en el año 2000 y desde sus comienzos su prerrogativa fue que los filmes en soporte digital constituirían una parte importante del futuro de la industria del cine. A lo largo de los últimos trece años, el festival ha apoyado anualmente a tres cineastas internacionales para realizar tres cortometrajes de alrededor de 30 minutos cada uno. Los cortos son co-producidos y distribuidos por el JIFF y el presupuesto para cada corto es de cincuenta mil dólares. Esto ha permitido la colaboración de directores ya posicionados con otros que están dando sus primeros pasos. Algunos ejemplos son James Benning, Denis Côté y Matías Piñeiro en el proyecto 2010; Hong Sang-soo, Naomi Kawase y Lav Díaz en 2009. Este año la consigna fue “Extraños” y los elegidos fueron “la leyenda viva del cine japonés” Kobayashi Masahiro, “el cineasta poético de China” Zhang Lu y “el futuro del cine de Indonesia” Edwin, en palabras del JIFF.
El filme que abrió el Festival fue Foxfire, del francés Laurent Cantet, presidente del jurado de la sección Korean Competition en esta edición del JIFF. Foxfireestá basada en la novela de la escritora norteamericana Joy Carol Oates. Cantet contó en la conferencia de prensa que mientras terminaba de editar Entre les murs(con la que ganó la Palma de Oro del Festival de cine de Cannes en 2008) le regalaron la novela Foxfire y aun estando bajo la influencia de aquella película, expresó que fue arrastrado por ese mismo tipo de energía. Si bien considera que son películas muy diferentes, coincide en que hay puntos de contacto que están más relacionados a su intención e identidad como director que a meras elecciones temáticas.
Cantet también expresó empatía con la escritora en la manera de relatar la historia, al sentirse dentro de ella y al mismo tiempo mirando desde la distancia, como si el relato, en definitiva, fuera un órgano independiente de sus creadores.
La historia se desarrolla en la década de los cincuenta en Estados Unidos, en pleno auge delamerican dream y del macartismo anticomunista, y habla de un grupo de chicas que viven muy precariamente en una sociedad dominada por hombres, que desarmonizan con el entorno y deciden formar su propia comunidad en vez de intentar integrarse.
Esta película, como Entre les murs, también se desarrolla en la complicada franja etaria entre la preadolescencia y la juventud y da voz a los outsiders, los excluidos, y va construyendo la historia de cómo se arma un grupo y de cómo cada una de ellas va encontrando su lugar en él y determinando sus roles. Es interesante la dinámica de este grupo de chicas que entran y salen de la sociedad, un paso dentro y otro fuera, forzando los límites en cada acción que realizan.
La otra gran película que se pudo ver este año fue la sorprendente Los Salvajesdel argentinoAlejandro Fadel, encargado de los guiones de Leonera y Carancho, ambas dirigidas por Pablo Trapero, y que actualmente está escribiendo Tierra, la próxima película de Walter Salles. Los Salvajes recuerda, en el mejor de los sentidos, al Uncle Boonmee de Apichatpong Weerasethakul. Una película sobre un grupo de jóvenes que se escapan de una cárcel del interior de Argentina y terminan viviendo en las montañas, dependiendo de lo que encuentren a su paso y reaccionando a todo instintivamente, en una realidad que deja fuera todo orden social. Sin embargo, esta naturaleza que por casualidad los enmarca es inmutable a su presencia, situación que parece dotarlos de una sensación de impunidad y audacia que hace que ni la muerte represente un peligro y que la vida sea, mucho menos que imprescindible.
A medida que avanza la película, el grupo de estos cuatro personajes que están juntos por casualidad, se irá separando y la palabra, el último eslabón que los ligaba a la sociedad, también se perderá.
No hay tiempo ni estaciones ni día o noche. Y entre las múltiples supersticiones que pueden tomar lugar en un escenario tan neutral como imposible, se presentan sueños que se funden con el día, deseos que se hacen fuego, pesadillas con pecados y castigos, y la más bella de todas ellas. Esa que solo el cine nos ofrece y que consiste en que las imágenes se nos hagan carne y que ni 120 minutos ni un festival ni un día: que la película se nos meta en el cuerpo, y Los Salvajes de Alejandro Fadel tiene este efecto.
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